<<Pequeña, he ido a comprar el desayuno.
Pd: No te preocupes, a comprar tabaco ya iremos juntos>>.
Las paredes de esta casa echan de menos nuestras peleas por el mando los viernes por la noche en que no nos apetecía salir, a penas encuentro películas con las que gritar, como solíamos hacer nosotros, que nuestra vida no tenía nada que envidiar a su falso guión.
Hace unos meses, cuando me preguntaban si existían los imposibles, yo les contestaba que no, porque para mí era realidad lo que otros llamarían utopía. Y así fue como descubrimos que los mejores sueños se tienen despiertos.
Pero cómo no, la vida ha venido a pedir cuentas y nuestro sistema besonómico, para nada deficitario, se ha desplomado sin que nadie nos ofrezca el rescate.
Cuando me preguntaban cómo te conocí, yo les contestaba que no te conocía, no del todo, y que, además, eso era lo que más me gustaba, porque cada día tenía que descubrir una nueva manía de las tuyas: como que te gustaba el café templado o que las noticias de la Cinco te ponen nervioso; que los lunes ves esa serie americana de asesinatos o que, a pesar de hacer calor, tienes que taparte con las sábanas.
Pero ahora, he aprendido que hay errores que tienen nombre y apellido, que a veces valoramos más lo que no hacemos y que nos mintieron cuando nos dijeron que soñar era gratis, porque al final la realidad viene a cobrarte un par de hostias. He aprendido que levantarse tras la caída no es un deber, sino una necesidad y que no son los labios quienes echan de menos los besos, sino los besos quienes extrañan tus labios.
Porque ahora soy yo la que ha escrito una nota y la ha dejado en la puerta de casa, y pone:
<<Cielo, salí a ver cómo era la vida sin ti y desde entonces no he
vivido, vuelve.
Pd: Por ahí lo llaman amor, pero yo le he puesto otro nombre,
el tuyo; espero que note importe>>.
Y todavía no has vuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario