Contigo, sin mi, con nosotros. Si, no, quizás. Ya no quiero. No puedo, me puedes. Te quiero, te odio. Me aburro, me canso, punto. Punto y aparte.
No me busques, que me pierdo. Que corro, que me voy. Que no quiero verte. Me sigues. Punto y seguido. Siempre es lo mismo. Dame motivos, dame razones para que me vaya que yo me quedaré.
Estás conmigo pero sin mi. Como los besos que se dan en los aeropuertos o los abrazos en las estaciones de tren; siempre con ganas de más. Que quien se conforma con poco siempre acaba ararrepintiéndos.
Que vale la pena luchar por lo que vale la pena tener.
jueves, 27 de agosto de 2015
Vale la pena luchar por lo que quieres.
miércoles, 26 de agosto de 2015
Felpudos. Llaves. Cadenas.
Cuando se fue enterró mi autoestima en una caja con una cadena protegida por un candado y por desgracia se olvidó de dejarme la llave bajo el felpudo. Y ahí sigue, enterrada desde que se fue. No he conseguido desenterrarla y recuperarla.
Por eso necesitaba que volviera. Para que me devolviera la llave y no para que se quedara.
Pasados unos meses llegó él. La persona que consiguió desenterrarla, romper la cadena y devolverme lo que me pertenecía.
He vuelto a ser la misma de antes. Sonrío por nada, me alegro por todo, sea malo o bueno. De lo malo se aprende y lo bueno se disfruta.
Pero gracias. Me he dado cuenta de que no todo lo que reluce es oro y de que las segundas partes nunca fueron buenas.
Momentos.
Llega un momento en tu vida en el que te das cuenta de que nada es lo que parece. Empiezas a valorar más las pequeñas cosas, los detalles como que al andar por la acera vas sin pisar las rayas que separan las baldosas, que al escuchar tu canción favorita en la radio te entra una sensación de bienestar que te dura todo el día, que al no ver a tu hermana durante días la acabas echando de menos, que tus amigos cuenten contigo para todo y que empiezas a creer que los martes 13 no traen tan mala suerte.
Te das cuenta de que ese vecino que te saluda todas las mañanas y que siempre os cruzáis a la misma hora se iría corriendo contigo al fin del mundo.
Te das cuenta de que corriendo por la vida no consigues nada. Te das cuenta de que debes dejar de correr, debes ir despacio y es ahí cuando descubres que esos momento son los que acaban diciendo quiénes somos.
Cada uno de nosotros somos la suma de todos los momento que hemos experimentado y son estos momentos los que conforman nuestra historia.