jueves, 21 de febrero de 2019

Querida yo del futuro

Hazme caso, vuelve a leer esto cuando haya pasado tanto tiempo que ni te acuerdes de haberlo escrito.

No sé qué será de ti, no sé si seguirás persiguiendo tus sueños o los habrás abandonado ya, pero quiero saber algo antes de continuar.

El día que estés releyendo esto espero que hayas saciado tus ganas de viajar. Espero que no hayas perdido tus ganas de conocer nuevos rincones y de dejarte enamorar por la gente y la cultura del lugar más desconocido del planeta.

Quiero que seas sincera y me digas si eres la dueña de tu vida. Quiero saber si has perseguido hasta el más tonto de tus sueños o has dejado de hacer algo que te apasionaba sólo porque alguien se ha dedicado a quitarte las ganas.

Quiero saber si has aprendido a prescindir del reloj y de las agendas. Quiero saber si tus ganas de tenerlo todo bajo control y organizado te han abandonado. ¿Ha habido alguien capaz de hacer que te soltaras y disfrutaras de la vida? A lo mejor, por alguna casualidad, has sido tú quien decidió dejarse llevar.

Se sincera, ¿sigues pensando que tu piel es un lienzo y te has seguido tatuando después de cada borrón y cuenta nueva?

Necesito saber que amaste y que dejaste que te amaran como te mereces, porque tenías un corazón demasiado grande y mucho amor por ofrecer. Necesito saber que al fin lograste quererte, con tus kilos de más o tus kilos de menos. Con tus cicatrices y tus heridas.

Ya que estamos, quiero preguntarte por la familia. ¿Logramos enterar el hacha de guerra con nuestra hermana? ¿Mamá? ¿Y los peques de la familia?

¿Conseguiste llevar a cabo ese plan loco de iros a vivir a Zaragoza con Guillermo? ¿O estás viviendo cerca de alguna cala en Lanzarote? Espero que al menos uno de los dos lo hayas cumplido.

Me queda poco por decirte, no te desesperes. Lo último que te diré es que no te preocupes por las cicatrices y las arrugas, al final, son señales de que has vivido. Siéntete segura y orgullosa de cada una de ellas. Y ahora, dicho esto, quiero pensar que eres feliz.

A mi yo del futuro, dime que te quieres.

jueves, 7 de febrero de 2019

Qué bonita eres, Lanzarote.


Recuerdo como si fuese ayer la primera y última vez que visité la isla de Lanzarote.

Cuando salimos del aeropuerto lo primero que pensé fue que estábamos en Marte. Estábamos rodeados de volcanes, arena negra y palmeras. Recuerdo llegar a la isla de César Manrique, la que adornó con juguetes de viento, y sentir que una parte de mí se quedaría allí para siempre. Allí, donde reina el picón, el yeso y la Malvasía. Allí, donde descubrí el Appletiser. Allí donde reina el negro, el blanco, el verde. Allí, donde las carreteras desnudas de coches serpentean y serpentean.

Lo primero que pensé fue en por qué no había ido antes. ¿Por qué nadie me había dicho que no hace falta irte muy lejos para llegar al fin del mundo? Cuando aterricé en la isla pensé que estaría repleta de turistas, llevando orgullosos sus pulseras con "todo incluído", pero qué equivocada estaba.

Fuimos a los Jameos del Agua, a la Cueva de los Verdes y al Mirador del Río. Hicimos la Ruta de los Volcanes del Parque Nacional de Timanfaya. Pasamos por el Jardín del Cactus. Y aún habiendo hecho todo eso, siento que dejamos muchas cosas sin ver.

Cruzamos las mil palmeras de Haría, probé por primera vez el pescado en Arrieta y compartimos unas creps con mermelada de naranja amarga en Costa Teguise.

Nos bañamos en la Playa de Famara, pasando por la playa de Las Cocinitas y acabando en cualquier rincón que tuviese mar.

Creo que me dejé tantas cosas por hacer y ver para tener una excusa para volver. Y por eso, volveré para pasear por la playa de Famara y dormir allí a la luz de la luna.

Lanzarote me robó el corazón y una parte de mí se quedó en la isla. Fueron las dos semanas mejor invertidas en un viaje. Y a ti, Lanzarote, como dice el dicho: "Si eres guapa y eres rica, qué más quieres Federica”.