Tengo un plan perfecto preparado para ti. Consiste
en coger un avión un martes a las ocho y cuatro minutos de la
mañana dirección a la ciudad más bonita del mundo. Sería un plan corto,
de esos que cuando terminan te dejan con ganas de más, que básicamente
consistiría en invitarte a tomar un café en el balcón de un hotel con
vistas a la Torre Eiffel, contarté allí mis planes de futuro, que
me encantaría poder escribir algún día un libro con un protagonista que
enamore tocando el piano tan bien como lo haces tú, o escribir un
libro contigo que hable de nosotros sin ser nosotros; y volver a coger
el avión para llegar de nuevo a este parque al día siguiente, volver
a mirarte como se mira lo increíble desde la fila de detrás.
Y es que nunca he visto unos
iris tan llenos de ilusión, una mirada que me advirtió de que si empezaba
a quererte esto podría ser una muerte perfecta, la sentencia definitiva
que tanto andaba buscando. Ese plan del que te hablaba incluye que si
quieres te puedo invitar a ser feliz, pago yo, por supuesto, que me han
contado que eres el chico de la sonrisa bonita y el corazón roto, y yo
tengo aquí unos cuantos versos dedicados para ti que podrían
coserte. También puedo invitarte a que te quedes en mi cuerpo, que hay
cicatrices de sobra como para que les pongas nombre y las visites cada
día para evitar la hemorragia en cualquier momento. Y no sé cuánto
tiempo le quedará a París; pero se merece vernos saltar juntos sobre sus
charcos y que su cielo sienta vértigo cuando le miren tus ojos.
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